Ahí estaba mi papá, que se había desaparecido por varios días. Caminaba de un lado a otro frente a la entrada de la escuela y miraba hacia adentro a cada rato, como si estuviera esperando algo. Apenas me acerqué, me vio y corrió hacia mí; ahí me di cuenta de que traía varios juguetes en la mano. Me molesté un poco y sentí una ironía amarga. ¿Ahora sí se acordaba de que tenía dos nietos adorables?
—Aurora… —dijo con una sonrisa demasiado amable—. ¿Cómo es que hoy viniste tú a recoger a los niños? Justo pensaba que cuando salieran podíamos ir a cenar juntos. No sabes qué molesto es: todos los días esa doña Godines viene con los guardias a recogerlos y no me dejan verlos. ¡Qué gente tan odiosa! Si hubiera sabido, la despedía desde el principio. ¡Yo fui su primer jefe! Y no la trataba mal. Pero ahora que está con Mateo, se cree mucho. ¡Me saca de quicio!
Lo miré muy seria.
—¿Qué quieres?
Mi papá volvió a sonreír de forma exagerada.
—Últimamente extraño mucho a esos niños. Quería venir a ve