En cuanto me vieron, los dos niños corrieron hacia mí tan rápido como podían.
Embi se aferró a mi ropa, con los ojitos rojos y los labios temblando.
—Es mami… de verdad es mami… —sollozaba—. Yo pensé que mami ya no nos quería.
Luki no lloró, pero agarró mi mano con fuerza.
Los aparté un poquito y me agaché frente a ellos.
—Volví —les sonreí—. Y no voy a irme nunca más.
Luki miró hacia abajo, molesto.
—Yo no quiero creer lo que dice mami —murmuró, ya al borde del llanto.
Claramente quería llorar, pero se esforzaba por contenerse.
Lo acerqué a mí.
—No voy a irme otra vez. Los amo más que a nada.
Entonces Luki me miró, y de pronto rompió en llanto.
Un llanto tan lleno de tristeza que me destrozó el alma.
Lo abracé fuerte, acariciándole la espalda.
Durante todo este tiempo, por no despertar sospechas en Javier, lo había lastimado de verdad.
Entre lágrimas, Luki preguntó:
—¿Todavía quieres a papá? Nosotros no vamos a irnos con Javier. Queremos quedarnos con papá. Y te queremos a ti también