—Además, Mateo te ama demasiado, tú lo sabes. Mientras vuelvas con él, ¿cómo podría importarle algo así? —dijo Alan.
Como no respondí, él se desesperó.
—De verdad, Aurora, no le des más vueltas. Te lo ruego, ¿sí?
—…Está bien —asentí.
—Arranca, llévame a la villa.
Ya está.
¿Que si a él le importaba? ¿Y luego qué?
Tal como dijo Mateo, ¿acaso eso significaba que debía abandonar nuestro amor?
Él no podía hacer eso.
Y yo tampoco.
Así que no tenía sentido seguir atormentándome por eso.
Aun así, aunque me repetía esas palabras, mi pecho seguía sintiéndose apretado, como si algo invisible quisiera quitarme el aire.
Llegamos pronto a la villa de la familia Cardot.
Yo ya había llamado antes a doña Godines para pedirle que comprara algunos ingredientes que necesitaba.
Apenas bajé del auto, ella salió sonriente a recibirme.
—Aurora, por fin volviste a casa.
Yo también sonreí.
Sí… al final, esta era mi casa.
Como ya me había reconciliado con Mateo, planeaba mudarme de nuevo.
Así, él, yo y nuestros