Mateo estaba furioso. Apretó los puños mientras caminaba hacia Indira, muy serio. Lo detuve de inmediato. Lo que había dicho Indira era cruel... pero era verdad. Me abracé a su brazo y recosté la cara en su hombro. La desesperación y el dolor me oprimían tanto que casi no podía respirar. Mateo se puso tenso. Me abrazó y me preguntó, preocupado:
—¿Qué pasó, Aurora?
Miré hacia abajo. En ese momento, sentí que no era capaz de mirarlo. Lo quería demasiado. Dependía de su amor. Por eso había pensado... en ocultarle lo que pasó con Javier. Pero, ¿por qué justo Indira tenía que recordármelo? ¿Recordarme esa vergüenza? Lo que yo prefería enterrar para siempre.
Sabía que, aunque se lo contara, Mateo no me iba a culpar ni a despreciar. Pero tenía miedo. Miedo de que, con el tiempo, aunque no quisiera, se le quedara clavado adentro. Miedo de que, cuando estuviéramos juntos, esa espina se metiera entre nosotros y volviera todo extraño e incómodo. Iba a ser como un fantasma permanente, torturándono