Mateo me miró en silencio, me apretó fuerte las manos y dijo muy serio:
—Aparte de ti, aunque me muera, jamás tocaría a otra mujer.
Yo lo sabía, pero aun así, yo había traicionado sin querer esa confianza y esa lealtad. ¿Qué se suponía que debía hacer? Bajé la cabeza, sintiendo mucha culpa. Alan pensó que yo seguía molesta por lo de Indira, así que cuando entendió todo, la regañó furioso:
—Mira lo que hiciste. Yo, por consideración a mi tía, te permití ser asistente de Mateo para que aprendieras, para que ganaras experiencia. ¿Y en qué usaste tu tiempo? En estas cosas sucias y despreciables. ¿Qué necesidad tienes, siendo tan joven, de meterte en medio y destruir relaciones? Por suerte todo quedó aclarado y no causaste un desastre mayor; si no, no te lo habría perdonado. Ya está: hoy mismo vas a renunciar por tu propia voluntad. Desde mañana, no vengas a la empresa.
—Alan... —Indira lo miró, ofendida, esperando que él la perdonara.
Pero él la apartó, molesto:
—Ya, ya, vete. Agradece que