—¡Cállate! ¡Te dije que te calles! —grité mientras me tapaba los oídos, destrozada.
Cada palabra que salía de su boca me abría otra herida en el corazón; sentía que me estaba desangrando por dentro. Javier se quedó en silencio unos segundos, me miró y me habló en voz baja:
—Sé que estás muy preocupada por Mateo. Toma, llama a Alan y pregúntale —dijo, pasándome el celular.
No se lo quise recibir. No quería tocar nada que viniera de él. Sin decir nada, me volteé para irme, pero escuché la voz tranquila de Javier a mis espaldas:
—Parece que Mateo está bastante grave. Supe que en la madrugada el hospital avisó que estaba en estado crítico...
Me puse tensa de inmediato y sentí un dolor en el pecho.
Me volteé y le pregunté rápido:
—¿Y después?
—Después... —Javier volvió a acercarme el teléfono—. Llámalo tú misma para que sepas.
No podía perder más tiempo. Le arranqué el celular de la mano, busqué el número de Alan y llamé de una. ¿El hospital había dicho que estaba crítico? Si el cuchillo l