—¡Lárgate! —le grité entre lágrimas, totalmente destrozada—. ¡No quiero que te hagas responsable de nada! ¡Esto no debió pasar, no debió…! ¡Vete, no quiero verte, vete!
Javier siguió mirándome con esa misma calma enfermiza:
—No importa lo que digas —respondió con serenidad—. Ahora ya eres mía. Y además, tú y yo deberíamos estar juntos. Nosotros somos la pareja de verdad. Desde hoy, olvida a Mateo y quédate conmigo, ¿sí? Te juro que te voy a amar con todo mi corazón.
—¡Lárgate!
Me cubrí la cabeza, temblando, al borde de la histeria.
Tal vez era por la emoción desbordada, pero me empezó a dar un mareo insoportable, acompañado de un dolor fuerte en el estómago.
—Aurora… —la voz de Javier sonó inquieta cuando dio unos pasos hacia mí.
Desesperada, le lancé la almohada:
—¡Lárgate! ¡No me toques!
La almohada chocó contra su pecho y él se detuvo en seco. Me observó con esa mirada enferma, luego suspiró:
—Sé que me odias. Pero no tenía otra opción. Yo… yo estaba celoso de ti y de Mateo y odiaba