—¡Mentira! ¡Son puras mentiras! —gritó Camila, fuera de sí—. ¡Aurora, los trajo para actuar y calumniarme! ¡Yo no los conozco, nunca los he visto!
El hombre del brazo amputado se rio con crueldad:
—Nosotros, en este negocio, siempre dejamos un seguro. Aquí está la prueba —dijo con crueldad, antes de sacar una memoria USB y entregársela a Bruno.
Camila temblaba sin control mientras se agarraba el pantalón de Javier, que seguía inmóvil, con expresión distante.
Bruno conectó la memoria a la computadora y una grabación apareció inmediatamente en la pantalla, en la que se veía a Camila negociar con los dos hombres para incriminarme.
Se escuchaba y se veía todo con claridad.
—Dios, esta mujer no tiene vergüenza. Tenemos pruebas de todo tipo, ¿cómo sigue negando?
—Exacto, ya basta. Que la policía la arreste de una vez.
—Sí, ¡que pague con su vida!
La multitud, indignada, empezó a gritar y algunas personas incluso comenzaron a lanzarle objetos a Camila.
En ese momento, Camila se veía como una