Javier acarició mi cara, con su mirada llena de afecto:
—Si desde ahora te conviertes en mía, si por fin estamos juntos de verdad, no creo que sigas resistiéndote a mí. Cuando tengamos hijos, seremos una familia feliz. En ese momento, habrás olvidado a Mateo. Ya no vas a pensar en él, sino en mí y en nuestros hijos. Así que, Aurora, no es que no me ames o que no puedas aceptarme, es que no hemos tenido una relación real, ¿verdad? Si yo también soy tu hombre...
—¡No, no lo hagas! —interrumpí enseguida, sintiendo que este hombre estaba cayendo en pensamientos retorcidos.
El Javier que conocía ya no existía.
Si hubiera sabido que él tenía esa naturaleza, quizás no me hubiera atrevido a usarlo desde el principio.
—¿No lo quieres? ¿Por qué no? —Javier ya había colocado su mano en mi espalda, acariciando la cremallera de mi vestido.
Con un simple tirón, mi vestido caería por completo.
Lo miré aterrada, sujetando su mano, rogándole con desesperación:
—¡No hagas esto, Javier, por favor, no lo