El número del barco coincidía con el que Waylon me había dado.
En la cubierta no había mucha gente; solo dos o tres hombres con pinta de guardaespaldas patrullaban la zona.
Miré la hora: ya pasaban de las diez; a esas alturas, Bruno y Camila debían de estar por salir.
Con ese pensamiento, conecté el micrófono que llevaba en Carlos.
De inmediato, escuché su voz cargada de tensión:
—Camila, mejor voy contigo. No me siento tranquilo si vas sola.
—No pasa nada —respondió ella—. Solo tengo que reunirme con la gente con la que contacté. Cuando estemos en medio del mar, rodeados de agua, Bruno no va a tener a dónde escapar.
—No… —la voz de Carlos sonaba llena de preocupación—. Me da miedo que Bruno te haga algo antes de que te reúnas con ellos. ¿Y si empieza a sospechar?
—Imposible. Lo planeé tan bien que hasta metí mi ropa y mi pasaporte a la maleta. Va a creer que de verdad pienso huir con él —Camila intentó tranquilizarlo—: Ya, ya, Carlos, no te preocupes. Bruno será despreciable, pero no