Fingí malestar y dejé los cubiertos sobre la mesa.
—Me duele un poco el estómago. Coman tranquilos, voy a subir a descansar.
Sin esperar respuesta, me levanté y subí las escaleras.
A mis espaldas escuché la voz de Carlos, con un tono de reproche:
—Mira lo que hiciste; hiciste que Aurora se molestara. Javier acaba de irse y ella debe sentirse mal, y tú le hablas así.
—¿Y yo qué sabía? Solo le dije un par de cosas. Además, fue ella la que lastimó a mi hermano; no dije ninguna mentira.
Ya en mi habitación, me quedé apoyada en la puerta, esperando que ellos terminaran de cenar. Poco después oí pasos en el pasillo y luego unos golpes suaves.
Despacio, abrí la puerta.Carlos me miró con preocupación.
—Aurora, ¿estás bien? Casi no comiste nada.
—Estoy bien, solo sin apetito.
—Dime qué te provoca; te lo compro enseguida.
Pensé unos segundos.
—No tengo hambre todavía. Si más tarde se me antoja algo, te aviso.
—De acuerdo, descansa entonces.
Cuando se fue, me acosté y encendí el teléfono para con