De cualquier forma, Camila ya no sospechaba de la cruz de mi papá y de Carlos.
El carro llegó pronto a la casa de Carlos.
Yo le había dicho que, una vez terminada la boda de Camila y Carlos, volvería a su casa para empezar nuestra vida de pareja.
Él había aceptado.
Cuando llegamos a la casa, solo había algunos empleados trabajando; mi papá no estaba por ningún lado.
Después de acompañarme hasta mi habitación, Javier no se fue.
Por culpa de Embi y Luki, mi ánimo estaba por el suelo. Me sentía agotada, sin fuerzas para enfrentar nada.
Le dije, con una sonrisa agotada:
—Anoche no dormí bien. Estoy un poco fatigada. ¿Por qué no vas a ocuparte de tus cosas? Quiero descansar un poco.
Pero Javier no mostró intención de irse. Al contrario, me lanzó una mirada penetrante.
El corazón me dio un salto, aunque intenté mantener la calma. Sonreí y pregunté:
—¿Qué pasa? ¿Estás enojado?
Él no respondió; solo me miró fijamente.
Dije, con una sonrisa forzada:
—Vamos, ya lastimé a Embi y Luki, ¿también tú