Alan se quedó paralizado por un momento, luego suspiró y dijo en voz alta:
—¿Entonces qué vienen a hacer? ¡Hablen ya, no se queden callados!
Javier me miró; sus ojos estaban fijos en mí.
Respiré hondo, levanté la mirada hacia Mateo y, con determinación, dije:
—Divorciémonos...
Mateo se asustó un poco, y lentamente levantó la vista hacia mí.
Sus ojos, llenos de incredulidad, estaban también teñidos de una tristeza profunda. Parecía cuestionar cómo había llegado a este punto.
De repente, su mirada me atravesó, haciéndome sentir un dolor agudo.
Alan se enfureció, saltó y, señalándome, gritó:
—Aurora, ¿acaso has perdido todo sentido común? ¿Te fuiste con otro hombre, y ahora vienes aquí a destrozar el corazón de Mateo? ¿Tienes miedo de que Mateo siga persiguiéndote? ¿O temes que siga usándote como una forma de atarte con el matrimonio? ¡Ahora vienes a pedir el divorcio, y encima vienes aquí a decírselo en persona! ¿Tienes miedo de que Mateo no esté de acuerdo con el divorcio? ¡Mateo te ama