Mateo no dijo nada, solo le pidió a doña Godines que preparara té para que Javier y yo nos sentáramos.
A su lado estaba Alan, claramente molesto, que no me quitaba el ojo de encima.
—¿Ya trajeron a los niños? ¿Y ustedes todavía no se van? ¿Acaso vienen a comer aquí o qué?
No respondí.
Javier contestó con calma:
—Aurora tiene algo que hablar con Mateo.
Cuando escuchó esto, Mateo me miró fijamente, en silencio, con una calma que casi parecía de indiferencia.
Bajo esa mirada tan tranquila sentí que había algo oculto, una tristeza que no quería mostrar.
Mi corazón dio un vuelco.
La palabra "divorcio" me pareció todavía más difícil de pronunciar.
Alan, molesto, interrumpió:
—¿Ah, sí? Pues, si hay algo que decir, dilo rápido y no te quedes aquí molestando.
Mateo caminó hacia el sofá y, con una expresión amenazante, nos dijo a Javier y a mí:
—Siéntense.
Miré a Javier, pero él no dijo nada y me tomó de la mano para que nos sentáramos frente a Mateo.
Ahí estaba, apenas alzaba la vista, me topab