—No es por eso —dije en voz baja.
Todavía no era momento de explicar nada.
—Hay cosas que no vas a entender —añadí.
—Solo hazme caso esta vez, Alan. Esto no es una simple pelea entre Mateo y yo. Si lo encuentras, por favor no le digas que te llamé. Haz como si no hubiéramos hablado.
—Ay… —suspiró.
—Está bien, como tú digas.
Colgué y de inmediato le mandé las fotos de Mateo tomando en el bar.
Alan era cliente habitual de esos lugares, conocía los bares famosos de Ruitalia, así que con ver las imágenes iba a saber dónde estaba.
Y sí, cuando las recibió, me contestó que iba a ir a buscarlo.
Con eso, se me bajó un poco la ansiedad.
Puse el teléfono a un lado y me quedé mirando la ventana sin ver nada.
En ese momento, Javier regresó.
Traía varias bolsas con comida, todavía humeante.
Entró con pasos largos y puso los envases en la mesa del hospital.
—Te compré una hojaldra de pollo, tu favorita —dijo, con una sonrisa.
—Esa vez, cuando éramos jóvenes, siempre querías ir a la tiendita del pueb