No quería seguir escuchando sus palabras enfermas. Estaba por colgar cuando volví a escuchar la voz seria y amenazante de Waylon:
—Recuerda, Aurora. Mientras yo no diga que el juego terminó, no puedes acabarlo por tu cuenta. Si lo haces… preocúpate por tus dos adorables hijos.
—¡Desgraciado! —temblé de rabia.
—¿No juraste que nunca le harías daño a unos niños?
Waylon se rio un poco, con una malicia que me revolvió el estómago.
—Tranquila, no los voy a lastimar. A lo mucho… los invitaré a quedarse conmigo un tiempo. Así que, ya sabes, todo depende de ti.
Colgué, furiosa, con los ojos ardiendo y un dolor en el pecho. Ese hombre estaba completamente loco. Decía que quería vengarse de Mateo, pero en el fondo no era más que alguien vacío, enfermo de soledad, incapaz de soportar que otros fueran felices.
Sin pensarlo, volví a abrir las fotos que me había mandado. En todas, Mateo se veía derrotado, hundido en una tristeza que se notaba incluso en medio de la oscuridad.
Ya era de noche.
¿Segu