Temprano en la mañana, Embi y Luki entraron corriendo a mi habitación y me sacudieron para despertarme.
—¡Mami, mami! ¡Hoy es Navidad! ¡Despierta! —gritaban, emocionados.
Desperté a medias, todavía perdida entre las sábanas. Busqué el teléfono y vi la hora. Eran poco más de las ocho.
Estos dos niños se habían levantado demasiado temprano.
Me di vuelta para seguir durmiendo. La verdad era que después de lo de anoche con Mateo, tenía el cuerpo cansado y solo quería descansar.
Pero ellos no lo entendían y pensaban que su mamá era una dormilona de nacimiento.
Embi se metió entre mis brazos y con sus manitas gorditas me levantó un párpado:
—¡Mami, mami! ¡Abre los ojos! ¡Mira quién soy!
Me reí y la abracé, apoyé la barbilla en su cabecita:
—Eres mi pequeña Embi. Ven, quédate conmigo un ratito más.
—¡No quiero! ¡Levántate! —protestó mientras se movía en mis brazos—. Dijiste que hoy íbamos a decorar la casa con Luki.
Luki también me jaló del brazo:
—Todos ya nos levantamos. Solo tú sigues dorm