—¿Sabes hacer manualidades? —yo evidentemente dudé.
Mateo sonrió con picardía y me pellizcó la cintura.
—¿Otra vez dudando de mí?
—¡Ah... no, no! ¡Me haces cosquillas! —me reí tratando de apartarlo.
Me miró intensamente y esa mirada me erizó la piel.
No... ¿no sería que otra vez quería...?
Justo cuando ese pensamiento me cruzó la mente, me soltó y rozó mi nariz con la suya.
—Duerme un poco más —murmuró—. Yo me encargo de los niños.
Yo dije que no.
Aunque hacía un momento me moría de sueño, las cosquillas me habían despejado por completo. Además, les había prometido a los niños que haríamos las manualidades navideñas juntos y no quería decepcionarlos.
Así que al final me obligué a salir de la cama con el cuerpo todavía adormecido.
Como era Navidad, Mateo permitió que doña Godines y el resto del personal regresaran a casa para celebrar. Por eso, en la enorme casa solo estábamos nosotros cuatro.
Y aun así, no se sentía vacía.
La casa estaba llena de adornos festivos colgados por los propi