Me quedé apoyada en la mesa de piedra un buen rato, hasta que se me aclaró la vista.
Me senté en una silla, dudé un momento y al final, marqué el número de Asher.
El teléfono timbró un buen rato antes de que Asher contestara.
Se le notaba la respiración agitada, como si estuviera en algo urgente.
—Señora, ¿me llama por algo? —preguntó, apurado.
Se escuchaban ruidos confusos, gritos, incluso quejidos de dolor.
Se me encogió el corazón.
—¿Qué está pasando? ¿Dónde está Mateo? —pregunté con angustia.
—¿El señor Mateo? —respondió, muy nervioso.
—No se preocupe, señora, el señor está bien. Solo estamos ocupados con algo importante. Hablamos luego.
Antes de que pudiera decir algo más, Asher colgó.
Me quedé viendo la pantalla apagada del teléfono, sintiendo cómo el miedo se me instalaba en el pecho.
¿Qué pensaba hacer Mateo contra Waylon y Henry?
No me asustaba el peligro, sino la posibilidad de que por proteger a los niños y a mí, él decidiera morir con ellos.
Apoyé la frente en la mesa y sus