Mateo me besó muy intensamente.
Cuando me vi en el espejo, ya no estaba sonrojada, pero mis labios seguían bien hinchados.
Yo ya no era una niña inocente.
Y eso que noté en los ojos de Javier la reconocí al instante.
Era la misma que había visto muchas veces en los de Mateo.
Apreté los labios, miré a otro lado y me acerqué a los niños.
Mateo lo miró con calma y con un tono serio, dijo:
—Javier vino a ver a mis hijos, así que te agradecería que mantuvieras la mirada donde debe estar.
Javier bajó la cabeza, sin responder.
Pasaron unos segundos antes de que hablara:
—Es tarde; mejor me voy.
Apenas terminó de hablar, los dos niños corrieron hacia él y le tomaron las manos.
—¡Javier, dijiste que ibas a jugar con nosotros! —reclamó Embi, haciendo puchero.
—Sí, sí, ya elegimos los juguetes. Vamos a hacer guerra de bolas de nieve. ¡Quiero estar en tu equipo! —añadió Luki.
Mateo suspiró y puso mala cara; era evidente que no le gustaba nada la escena.
Aun así, sin decir nada, tomó los abrigos qu