—¡Mateo! —exclamé, intentando agarrar el celular, pero Waylon volvió a llamar al instante.
La cara de Mateo se puso tensa de golpe.
Me tomó del brazo y contestó rápido, con su voz grave y seria:
—Escúchame, Waylon; si vuelves a molestar a mi familia, te mato.
No activó el altavoz, así que no supe exactamente qué le dijo Waylon, pero Mateo empezó a temblar de toda la ira y el impulso violento que estaba conteniendo.
Me apretó el brazo tanto que me dolía.
Yo le toqué en la mano para calmarlo. Entonces bajó la mirada y me soltó un poco.
—¿Te gustó el regalo que envié esta mañana? —preguntó, con una sonrisa malvada.
El "regalo" de Mateo debía ser la cabeza del mastín.
Por la respiración y la rabia que venían por el teléfono, imaginé a Waylon perdiendo la razón.
Mateo se rio con burla y contestó sin prisa:
—¿De veras te preocupa tanto ese perro? Cuando quieras, te lo enseño.
Su tono parecía amable, pero tenía un filo mortal.
Lo miré, atónita por su sonrisa; pensé que Mateo andaba distinto e