¿Una invitación?
¿Sería otra trampa de Waylon?
Por reflejo, miré a Mateo; el brillo de deseo en sus ojos se había apagado de inmediato.
Se levantó con calma, se puso la bata y caminó hacia la puerta.
Aun así, su figura alta y erguida transmitía una tensión contenida, pero peligrosa.
Cuando abrió la puerta, doña Godines estaba allí, esperando con respeto.
—Esto acaba de llegar, señorita. Dicen que es para usted —dijo, lanzándome una mirada rápida.
Yo ya me había acomodado la ropa y me puse de pie.
—¿Quién la trajo? —pregunté.
—Un hombre que parecía guardaespaldas —respondió ella y añadió que no sabía más.
Mateo tomó la invitación y le dijo:
—Está bien, puedes seguir con tus cosas.
—Sí, señor —contestó doña Godines, antes de bajar las escaleras.
—Ábrela —le pedí a Mateo, inquieta.
—A ver si Waylon está planeando otra de sus jugadas.
Él rompió el sobre y, cuando leyó lo que había adentro, se quedó inmóvil.
—¿Qué pasa? —pregunté, con curiosidad.
—La envió Carlos —respondió, pasándome la ta