Mateo se rio y, con cariño, le acarició la cabecita a Embi.
—Está bien, tú me enseñas. La próxima seguro gano.
A un lado, Luki se rio fuerte.
—No tan rápido. Yo soy mejor que los dos juntos, solo los estaba dejando ganar.
Verlos tan felices me dio ganas de meterme al juego.
Pero, para mi desgracia, nunca había jugado dominó... y se notó.
Después de varias rondas, la que perdió una y otra vez fui yo.
Embi suspiró, con una seriedad que daba ternura.
—Ay, tú le sabes hasta menos que papá... mejor te ayudo a ti.
Nos reíamos sin parar.
La felicidad no estaba en el juego, sino en tener a la familia completa.
Jugamos hasta casi las nueve.
Cuando doña Godines llamó a los niños para que se bañaran y se fueran a dormir, protestaron, diciendo que todavía no habían jugado lo suficiente.
Mateo terminó prometiéndoles que al día siguiente iba a jugar con ellos otro juego.
Solo así subieron las escaleras, obedientes.
Cuando se fueron con doña Godines, la casa quedó en silencio.
Y en ese silencio, regr