—¿Le estabas diciendo algo a mi mujer? —preguntó Mateo.
—Tu mujer... —Javier tuvo que murmurar esas palabras para asimilarlas. Luego sonrió con amargura.
—No es nada... Me doy cuenta de que, por mucho que yo diga o haga, ya no sirve. Yo solo me quedo con esos recuerdos. Ustedes, en cambio, han pasado por tantas tempestades juntos. Es distinto, no es lo mismo...
Javier habló en voz baja, se dio media vuelta y, con la mirada perdida, caminó hacia el ascensor.
Mateo se quedó pensativo y siguió con la mirada su espalda.
En sus ojos oscuros se notaban sentimientos encontrados:
—Parece que aún no se rinde.
Entendí a qué se refería: a la terquedad de Javier y a lo que aún le quedaba en la memoria.
Me volteé hacia Mateo y hablé en serio:
—Que no se rinda es asunto suyo. Yo te quiero a ti, y solo a ti.
Mateo sonrió mientras me acariciaba la cabeza, aunque no parecía contento del todo.
En el fondo, siempre cargaba una preocupación.
Al final, aún no había recuperado esos recuerdos de la infancia,