Dicho esto, caminé despacio hacia ella.
Esta vez, Camila se asustó de verdad.
Apoyó las manos en la cama y, lentamente, se fue echando hacia atrás:
—¿Qué vas a hacer? Te aviso, esto es un hospital. Si me matas, Alan y tú no se van a librar de las consecuencias.
Para ser sincera, me gustaba verla suplicándome, asustada.
Me acerqué al borde de la cama y me incliné, con una sonrisa de desprecio:
—Dime, ¿crees que las puñaladas que te va a dar Alan van a ser más profundas que las que yo te di?
Camila trató de apartarse, mirándome fijamente.
La agarré del cuello de la ropa y la jalé hacia mí, riéndome con desprecio:
—Habla. ¿Cuál va a doler más? ¿Ya se te olvidó cómo se sintieron esas dos puñaladas que te di? ¿Quieres que te lo recuerde? ¿Eh?
Cuando me oyó, Camila se puso pálida otra vez.
Empezó a gritar hacia la puerta, aterrada:
—¡Auxilio, Carlos, ayúdame...! ¡Ella va a apuñalarme, Carlos, ayúdame...! ¡Javier, sálvame...!
Cuando lloraba y gritaba, sonaba tan débil.
Ja, ja, ja.
Ese miedo e