Él apretó los labios y cerró los ojos.
Era obvio que estaba de mal humor.
No aguanté las ganas y le sacudí el brazo, haciéndome la consentida.
—Vamos, ¿sí? Amorcito, solo pruébalo, ¿sí? Solo una vez, Mateo.
Mateo respiró hondo y volteó la cara hacia otro lado.
Pensé que seguía enojado, así que me acerqué para verlo mejor, lista para insistir un poco más.
Pero vi que sonreía un poco...
Estaba aguantándose la risa.
Le di un golpe en el pecho.
—¡Ah, Mateo, me estabas tomando el pelo!
Él me agarró la muñeca de un tirón y me jaló hacia su pecho.
—No te estoy tomando el pelo —dijo, mientras se reía.
—Es que... que...
Ni siquiera terminó la frase y se rio otra vez.
Lo miré, indignada, y le di otro golpe.
—¿Es que qué?
—Es que no te sale hacerte la consentida. Cada vez que lo intentas... me da risa.
—¡Mateo!
Lo miré, furiosa.
No tenía ni una pizca de compasión conmigo.
Yo casi nunca era cariñosa ni coqueta con él; no era mi estilo.
Y cuando al final me animaba a hacerlo, ¡se burlaba de mí!
Enc