Sabía que, cuando atacó a los niños, Waylon cruzó una línea que Mateo ya no podía tolerar. No quería seguir aguantando.
En realidad, Waylon jugaba con nosotros y usaba a Alan como peón. Si solo cedíamos, no íbamos a salvar a Alan y él iba a manipularnos una y otra vez.
Pero si chocábamos de frente, temía que Mateo saliera herido. Recordar lo cerca que estuvo de morir en el extranjero por culpa de Waylon me aterraba.
Waylon no era como los rivales de negocios de siempre. Los demás peleaban por poder y dinero, sus métodos eran bruscos pero previsibles. Waylon no buscaba riqueza ni honores.
Su venganza era retorcida: te atrapaba con artimañas, usaba a la gente de tu alrededor como palancas, te dejaba sin salida y te empujaba al borde de la locura.
Eso era intolerable, por eso la rabia de Mateo crecía, y hasta Embi, todavía dormida, pareció sentir esa tensión.
De repente, Embi se agitó y lloró un poco. Mateo reaccionó y su enojo se desvaneció al instante.
—Embi, cariño, estoy aquí —dijo en