Pensando en lo ocupado que había estado últimamente, sin comer ni dormir bien, me tenía preocupada su salud. Además, mañana también va a tener mucho trabajo.
Me apoyé en su hombro, me hice un poco a un lado, y dije:
—Has estado tan ocupado últimamente, y ahora con esto… me da miedo que mañana…
—No pasa nada —dijo, ronco, y me besó los labios.
—En la oficina dejé todo resuelto para mañana —dijo—, así que voy a poder quedarme todo el día en casa contigo y con los niños.
—¿De verdad? —pregunté.
Él juntó su frente con la mía y se rio:
—Claro. ¿Cuándo te he mentido?
Apreté los labios y pensé en voz baja que, en la cama, él sí era experto en “pequeñas mentiras”. Su energía me desconcertaba: en el auto parecía agotado y dormido, y en la cama, encendido. No entendía cómo cambiaba tanto con y sin ropa.
La noche se alargó hasta bien entrada la madrugada. Cuando todo terminó, estaba tan exhausta que ni los dedos me respondían. Medio dormida, sentí que me levantó en brazos y murmuró:
—Lávate y a l