Alan le preguntó al técnico que tenía al lado, en voz baja:
—¿Qué hay en el piso veinte?
—En el piso veinte están las suites presidenciales —respondió el empleado.
Alan no dijo nada.
En la pantalla, el video mostraba a Valerie saliendo del ascensor y caminando por el pasillo de la derecha.
Iba mirando los números de las puertas, como si buscara una habitación en específico.
Poco después, se detuvo frente a una de las suites.
Pasaron unos segundos y giró la manija para entrar.
Avanzamos el video, pero desde que cruzó esa puerta, Valerie no volvió a salir.
Alan agarró el borde de la mesa con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
Lo miré, con un nudo en el pecho.
Estaba muy serio; no sabía si recordaba algo o imaginaba lo peor, pero en su cara ya no quedaba rastro del hombre alegre y despreocupado de siempre.
Tiré de su brazo suavemente.
—No saques conclusiones todavía. Vamos a buscarla primero.
Él no se movió.
Tuve que insistir, y al final me siguió hacia el ascensor.
Dur