En cuanto Mateo terminó de hablar, Alan se rio a carcajadas, sin piedad
—Hablas como si tú no fueras el que más se complica la vida. Si alguien piensa demasiado, ese eres tú.
Mateo suspiró y contestó con calma:
—Precisamente por pensar tanto, estuve a punto de perder a la persona que más amo.
Mientras lo decía, me estrechó un poco más contra su pecho. Luego, mirando a Alan, añadió con seriedad:
—Ya que sabes exactamente qué tipo de felicidad quieres, agárrala fuerte. No la sueltes. No cometas los mismos errores que yo...
Alan sonrió con esa mezcla de descaro y ternura que lo caracteriza.
—Je, je. Yo no soy como tú. Yo me lo tomo con calma. Si ella me ama, la voy a cuidar toda la vida. Si no me ama, voy a saber superarla. No me voy a torturar. Además, tengo algo claro: soy el mejor, y ningún otro hombre puede hacerla más feliz que yo. Así que no pienso dejarla ir.
Mateo apretó los labios y murmuró:
—Esa forma de pensar es buena. Si hubiera tenido tu mentalidad, Aurora y yo no habríamos