Camila apenas acababa de hablar cuando una voz muy familiar sonó detrás de mí.
Mi corazón dio un salto.
Volteé enseguida y vi a Mateo entrar.
Llevaba un abrigo negro. Su mirada era penetrante, y su sola presencia imponía respeto.
En el acto, los que rodeaban a Camila se quedaron mudos, sin atreverse a decir una palabra más.
Mateo se acercó, pasó un brazo por mi cintura y me atrajo hacia él.
Su mirada se movió, seria, hacia Camila y los que me rodeaban.
—Solo salí a estacionar el auto —dijo, con una sonrisa sarcástica—. No sabía que iban a aprovechar para acorralar y molestar a mi esposa mientras tanto.
Las caras de los que acompañaban a Camila se pusieron pálidas de inmediato.
—No, no... —balbuceó uno—. No la molestamos, solo hablábamos con Aurora.
—Sí, sí, estábamos saludándola nada más —dijo otro, nervioso.
Mateo los miró fijamente con una sonrisa irónica.
—¿Ah, sí? ¿Así es como ustedes saludan?
Todos los del grupo se quedaron pálidos.
Nadie se atrevió a contestar, y en cuestión de s