Yo le gritaba, casi fuera de mí, pero él me miraba, tranquilo.
Esta situación, de verdad, estaba a punto de volverme loca.
De repente, ya no quise nada. No quise seguir amando tanto ni seguir forzando nada. Yo ya me había esforzado, de verdad lo intenté. Simplemente no funcionó. Así que, que pase lo que tenga que pasar.
Me reí con amargura:
—Mateo, tú no mereces amor.
Dije eso, me paré y salí corriendo sin mirar atrás. Ni siquiera sabía adónde iba. Solo sabía que, en ese momento, junto a él, me sentía ahogada. Solo quería alejarme, buscar un lugar sin gente y esconderme en silencio, sin ver ni hablar con nadie.
—¡Aurora! —la voz ansiosa de Mateo sonó detrás de mí.
No le presté atención. Por dentro solo sentía una tristeza irónica.
Corría a ciegas en medio de la noche. Afuera, el viento era helado, y la lluvia me daba escalofríos.
Todo se veía borroso. Ni siquiera sabía si lo que me mojaba la cara eran lágrimas o gotas de lluvia.
Los gritos ansiosos de Mateo resonaban una y otra vez d