—¡Mateo! —lo miré, furiosa, con los ojos encendidos de rabia.
Él bajó la mirada para observarme, sin el más mínimo rastro de cariño.
Qué ironía.
Con amargura en el corazón, aparté la cara, sin querer mirarlo ni hablarle.
Pasado un rato, él rompió el silencio... y cómo no, otra vez para defender a Camila.
—Si tienes algún rencor, descárgalo conmigo. No la sigas atacando a ella.
Al escuchar eso, sentí un brote de furia en el pecho.
¡Qué ridículo! Siempre es esa mujer la que causa problemas, pero al final... ¡siempre hace que parezca que yo soy la que la ataca!
Temblaba de coraje, era demasiado irónico.
Lo empujé fuerte y, entre risas, le hablé sarcásticamente:
—No te confundas. Yo no tengo ningún rencor, ni la estoy atacando. Ustedes pueden estar juntos hasta que la muerte los separe si quieren... a mí no me importa.
—¡Aurora! —me interrumpió en voz baja, pero molesto—. Te lo he dicho, para mí ella solo es mi hermana.
¡No más con el cuento de que es solo su hermana!
Con una sonrisa llena