En ese instante, los ojos de Camila se llenaron de lágrimas, y miró a Mateo con una cara de víctima total, dolida y desconcertada.
—Mateo, ¿qué te pasa? ¿Dije algo que no debía? Solo pensé que, como se abrazaron así, tú y mi hermano... pensé que quizá...
—¡Aurorita! —gritó mi hermano mientras corría hacia mí.
Y justo en ese momento, cuando estaba inventando más cosas sobre mí y Javier, Camila se lanzó directo al pecho de Mateo.
Mateo estaba a punto de apartarla, pero ella se llevó la mano al pecho, con una cara de adolorida:
—¡Me duele... Mateo, me duele el pecho!
Algo en Mateo cambió de inmediato.
Me lanzó una mirada profunda y amenazante, y sin decir nada más, cargó a Camila y se fue corriendo hacia el estacionamiento.
Javier los siguió, visiblemente preocupado.
Pasaron justo al lado de mi hermano, y Camila no alzó la cara ni una sola vez, la mantuvo enterrada en el pecho de Mateo.
De inmediato supe que había algo extraño en todo eso, pero no sabía exactamente qué era.
Mi hermano se