La inquietud que sentía al principio se fue yendo. Primero me calmé... y después solo sentí pura rabia.
Fui a la puerta y volví a golpearla, pero nadie contestó.
Apreté los labios y grité:
—¡Tengo hambre! No sé por qué me encerraron aquí, ¡pero si me pasa algo por el hambre, a ver cómo se lo explican a su jefe!
***
Nadie me respondió.
Afuera solo había silencio.
Apreté la boca, ya pensando que los guardaespaldas se habían largado.
¿Eso quería decir que ahora estaba sola en la casa?
No pude evitar tratar de girar la perilla de la puerta otra vez, pero seguía bien cerrada.
Me dejé caer al suelo con la espalda apoyada en la puerta. No saber qué pasaba solo me ponía más nerviosa.
Así pasé el resto del día, llena de ansiedad y sin poder dejar de esperar.
Pensé que cuando llegara la noche, la persona que me mandó a traer por fin iba a aparecer.
Pero nada.
Ni siquiera los guardaespaldas que me trajeron volvieron a asomarse.
Todo estaba igual de callado.
Me acerqué a la ventana y miré afuera.