—Si pisotear mi dignidad y hacerla trizas es lo que buscas… pues bueno, acepto.
Dicho eso, mis rodillas se doblaron poco a poco, hasta que terminé arrodillada sobre la alfombra, justo enfrente de él.
Lo miré, suplicando:
—Fue mi culpa… no debí tratarte así. Por favor… por favor, dame un poco de agua.
Era la primera vez en mi vida que me arrodillaba ante alguien. La primera vez que suplicaba así.
Con esta humillación, todo lo que sufrí en esos tres años, todo el desprecio, tal vez quedaba saldado, ¿no?
¿Esto no era suficiente para que dejara de odiarme tanto?
Pero entonces… ¿por qué seguía viéndome con esos ojos llenos de rabia?
Mateo me miraba desde arriba, parecía querer aplastarme.
¿Cuánto… cuánto me odiaba en realidad?
Se inclinó despacio. Sus dedos largos levantaron mi barbilla, y aunque estaba sonriendo, su voz fue tan espeluznante que me ericé.
—¿Crees… que con esto basta?
Ya lo sabía. Sabía que ni siquiera arrodillarme sería suficiente para que se calmara.
Miré sus ojos y sentí