Aferrándome a la última pizca de esperanza que tenía, le dije:
—¿Podemos no ir al hospital? Haré lo que quieras, lo que sea, con tal de no ir.
Mientras hablaba, me hice la sumisa y me agarré de su brazo.
Él bajó su mirada hacia mí, como burlándose.
—¿Lo que quiera?
Asentí de inmediato:
—Sí. Incluso… puedo complacerte sin que me lo pidas. Lo que sea, Mateo, en serio tengo miedo.
Mientras hablaba, las lágrimas me bajaban por la cara.
Lo supliqué con la mirada, deseando que, aunque sea una vez, me tuviera lástima.
Pero yo no era Camila.
Mis lágrimas, mis problemas, mi dolor… nunca le importaron.
Apartó mi mano de inmediato, sonrió un poco y dijo:
—Aurora, ¿de verdad crees que puedes negociar conmigo? ¿No crees que yo soy capaz de hacerte ir al hospital y hacer que me complazcas?
Apreté los puños, aguantándome las ganas de reír.
Tenía razón.
Ahora no era más que un objeto, una herramienta para desahogarse. Estaba atrapada en sus garras.
Ni escapar, ni resistirme.
Así que aunque hoy me llev