Justo cuando bajaba del departamento de análisis con el informe falso que me había conseguido Javier, me topé de frente con Mateo, que venía subiendo.
En su mirada se notaba un rastro de impaciencia… ¿y ansiedad?
—¿Por qué tardaste tanto con los exámenes? —preguntó, mirándome con ojos que me veían hasta el alma.
Apreté el informe y respondí, apretando los labios:
—Con tantos estudios, era normal que tardara un poco.
—¿Y los resultados? ¿Hay algún problema?
No sé si era mi imaginación, pero su voz sonó un poco tensa cuando hizo esa pregunta.
Sus ojos me observaban con una intensidad tan grande que daba miedo.
Por eso, en ese momento, no supe cómo decirle la “verdad”.
Después de todo, el informe era falso, y aunque lo había conseguido gracias a Javier, no podía evitar sentirme nerviosa.
—¡Habla! —exclamó de inmediato, con un tono molesto y desesperado.
Sentí un escalofrío en el pecho, bajé la mirada y murmuré:
—Mejor salimos y lo hablamos afuera.
Di un paso para salir del hospital.
Pero