Hubo unos segundos de silencio al teléfono, y luego preguntó:
—¿Dónde estás exactamente? Voy a buscarte.
—No hace falta. Yo me haré los exámenes sola —respondí.
Tal vez soné demasiado cortante, porque su tono se volvió aún más agresivo:
—Será mejor que no intentes ninguna estupidez, o... ¡te mato!
Ya había escuchado tantas amenazas, que a estas alturas casi ni me provocaba una reacción.
Indiferente, respondí:
—Entendido.
Y colgué la llamada.
Esa conversación me dejó aún más agobiada. Las dificultades que ya me agobiaban parecían caerme encima una por una.
Javier me miró y preguntó:
—¿Era Mateo?
Asentí y me senté en las escaleras, sintiéndome totalmente perdida.
Javier se sentó a mi lado. Miró la hoja de exámenes en mis manos y dijo:
—¿Ginecología? ¿Mateo te trajo?
Apreté los labios:
—Quiere que le tenga un hijo... pero yo no quiero.
Javier sonrió, y por alguna razón, parecía hasta complacido.
—Si no quieres, entonces no lo hagas. Nadie puede obligarte a eso.
Con una sonrisa de dolor, l