Eh...
Alan se quejó:
—Ya, ya, no voy a discutir contigo. Me voy a dormir.
Se volteó y dio un par de pasos, pero recordó algo y volvió rápido para decirle algo a Mateo:
—No te olvides de comprarme mi abrigo de piel.
—Ya te mandé el dinero. Cómpralo tú.
Alan abrió mucho los ojos y revisó su teléfono.
Después de un rato, se rio entre dientes:
—Me mandaste algo extra. Luego te traigo uno también.
—No hace falta —dijo Mateo con un tono indiferente.
Alan insistió:
—Entonces se lo compro a Aurora.
—¡No! —contestó Mateo, seco.
Alan sacó la lengua:
—Bueno, si no, me lo quedo yo. Hay muchas cosas que puedo hacer con ese dinero.
Dicho eso, se fue a su habitación.
Cuando Alan se fue, sentí que el ambiente se puso más tenso.
Sostuve la bolsa y me hice hacia atrás, apoyándome en el marco de la puerta.
Mateo dio un paso hacia mí. Ese hombre de más de metro ochenta me miraba desde arriba:
—¿No quieres quedarte conmigo en la misma habitación?
Me mordí el labio:
—No es eso.
—¿Entonces qué? ¿Tienes miedo