Alan giró la cabeza hacia mí, sonriendo:
—Mateo me lo dijo. Cuando ustedes estaban casados, él venía todo el tiempo a desahogarse conmigo con unos tragos, como si fuera una esposa dolida. Decía que a ti te encantaba salir a bares, que eras fiestera, que tu corazón latía por todos menos por ti.
No dije nada.
—Seguro que también te dijo que todas las noches le daba una paliza o algo así, ¿o no?
—Jeje, claro que no, no creas—respondió, restándole importancia.
De la nada, Alan hizo una pregunta muy personal:
—El olor a cigarro y alcohol en los bares es mucho peor que este de aquí. Si aguantabas el de los bares, ¿por qué este no? ¿O será que, Aurora, en el fondo no nos aguantas a nosotros?
Miré por la ventana sin contestar.
Este tipo no paraba de hablar.
Y como sabía que corría a contarle todo a Mateo, ni de broma iba a hablar del bebé.
—Ya no me gusta ese tipo de ambiente. Fíjate bien, ¿me has visto volver a uno?
—Ah... —asintió, luego dijo:
—Pensé que estabas embarazada. Mateo no me ha di