—Mateo...
Lo miré con los ojos llorosos, suplicando:
—Hoy no me siento bien, ¿puedes dejarme tranquila?
—¿No te sientes bien? —Se sentó frente a mí, fingiendo preocupación mientras me observaba.
—¿Qué te pasa?
—Me duele la panza —mentí rápido.
—Debe ser que comí mucho y no me cayó bien, en serio me duele un montón.
—Ajá... —Mateo pasó sus dedos por mi cabello que caía sobre el hombro—.
—Entonces mejor vamos al hospital a checarte.
—¿Al hospital?
—Claro. Así me quedo tranquilo.
Se levantó y sacó ropa limpia del clóset como si nada.
—Levántate —ordenó mientras se ponía la camisa.
—El hospital queda cerca. Te revisamos la panza, y de paso, un chequeo general.
Casi me pongo a llorar.
¡Este tipo es un maldito monstruo!
Mateo vio que no me movía y pareció dudar:
—¿Qué pasa? ¿Ya no te duele?
Con el corazón acelerado, respondí:
—Mejor tomo agua y descanso, no hace falta ir al doctor.
—¡No! —Se acercó con esa mirada que no acepta negocios.
—El dolor de panza puede ser estómago. Vamos al hospita