Gael
El silencio antes de la tormenta tiene un sabor particular. Lo conozco bien, como conozco el peso de un arma en mi mano o el sonido de un disparo en la noche. Pero esta vez es diferente. Esta vez tengo algo que perder.
Observo el mapa extendido sobre la mesa mientras Mateo señala los puntos vulnerables de nuestro territorio. El almacén principal, convertido en centro de operaciones, huele a metal, sudor y tensión. Mis hombres esperan instrucciones, rostros endurecidos por años de lealtad y violencia.
—Los hombres de Santoro se están moviendo por el sector este —informa Mateo, marcando con un círculo rojo la zona—. Tenemos informantes que confirman al menos veinte efectivos armados.
Asiento, calculando mentalmente nuestras fuerzas. Treinta hombres leales, bien armados, conocedores del terreno. Debería ser suficiente, pero Santoro es impredecible. Y ahora tiene a Vázquez de su lado.
—Reforzaremos los accesos principales —ordeno, señalando los puntos en el mapa—. Quiero francotirado