Leonardo pasó gran parte de la noche en vela. Escuchando los ruidos que hicieron la nueva pareja. Por muy extraño que parezca, le recordaron a sus días de joven cuando se divertía con su esposa. Y cómo tenían sexo en todas partes fue algo lindo, pero eso se acabó hace tanto tiempo.
Deja de pensar en cosas pasadas y continúa su trayecto hasta llegar a la puerta de los recién casados.
Se acerca con cautela a la puerta, pegando su oído, esperando oír algo. Pero no se escucha nada. La abre con cuidado, viendo por una abertura su interior, percatándose de que no hay nadie.
Entra de una vez con cuidado, sin hacer ruido. Viendo en el piso el desorden que ellos han hecho. Continúa con su propósito. Llega hasta la cama viendo esas manchas rojas en la sábana. Se queda incrédulo por un momento y sonríe ligeramente.
—Qué afortunado eres, Castiel, una virgen no la encuentras en estos tiempos —susurró el anciano.
Quita con agilidad la sábana. La hace una bola cuando escucho de nuevo e