Leandra no podía ocultar su incomodidad. Estaba sentada en el sillón de cuero, cruzando y descruzando las piernas con impaciencia, mientras Kevin permanecía inclinado sobre su escritorio, tecleando con rapidez en la computadora. No parecía reparar en ella, ni en su expresión de disgusto.
¿Quién era la mujer en el departamento? ¿Por qué parecía irritar a Kevin?
Se levantó y caminó hacia él. Con movimientos calculados, posó sus manos en su cabello, acariciándolo como si esa cercanía pudiera arrancarle un gesto distinto.
—Amor… —su voz se tiñó de dulzura—, ¿quién es esa mujer que está en tu departamento?
Kevin levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de ella y por un instante la tensión se hizo palpable. Cerró el portátil con calma y se apoyó en el respaldo de su silla.
—No deberías estar indagando lo que no te corresponde —respondió con frialdad.
El tono fue suficiente para helar el entusiasmo de Leandra. Quiso insistir, pero sabía que si lo hacía, perdería más de lo que ga