Noel lloraba sin consuelo en un rincón, mientras que Marta no la estaba pasando mejor en la casa de los Quiles.

Ella estaba arrodillada en el suelo, el frío del piso la hacía tambalear, ya llevaba una hora arrodillada.

Aunque fuera así, no se atrevía a moverse, aunque no había nadie en la habitación, cada uno de sus movimientos estaba siendo vigilado.

Se oyeron pasos en el pasillo y la puerta se abrió. Ricardo entró, su mirada penetrante recorrió su cara pálida, pero no mostró ni un poco de compasión.

Sin embargo, se acercó y extendió su mano hacia ella.

—Levántate y siéntate —dijo con voz firme.

El que la había hecho arrodillarse era él, y también era él quien le mostraba esa aparente amabilidad. Ante los demás, parecía ser el papá cariñoso que la valoraba, pero en privado, él era el más cruel con ella.

Marta temblaba, sus piernas no dejaban de vibrar.

—Papá, sé que cometí un error.

Ricardo se sentó en su sillón grande y no respondió a su disculpa.

Marta siguió:

—Papá, me haré cargo