La noche estaba oscura y el viento soplaba con fuerza, pero Raina sentía, contra toda lógica, un calor extraño recorriéndole el cuerpo. Era como si un hilo de fuego le subiera lentamente por las venas, burbujeando bajo la piel.
En algún momento, sin darse cuenta, sus dedos se habían aferrado a la camisa de Iván. El ritmo de su corazón y de su respiración ya se le habían escapado de las manos.
Raina sabía mantener la compostura, pero eso no significaba que fuera inmune a perder el control.
Cuando Iván se inclinó hacia ella, Raina se quedó de piedra, incapaz de reaccionar.
Sus labios rozaron los de ella primero, apenas, como un roce, un contacto sutil, casi casual... casi una caricia.
Raina sabía perfectamente qué estaba pasando, pero no se movió. No se apartó ni lo rechazó. Dejó que él siguiera ahí, que sus labios buscaran los suyos una y otra vez, con una insistencia que la desarmaba.
Hasta que Iván entreabrió los labios y buscó los de ella con más determinación.
Ahí sí... el cuerpo de