Raina se miró en el espejo y se estiró un poco los labios finos.
¿Cobarde? No, era lucidez.
Tenía claro que no podía seguir bebiendo de esa manera. Y menos con Iván cerca. ¿En qué momento se le cruzaron esas ideas con él?
¿Será que la soledad también termina borrando ciertos límites?
Bajó la mirada hacia su propio cuerpo, delgado, de líneas suaves. Negó apenas con la cabeza y se metió bajo la regadera, abriendo la llave.
El agua tibia le cayó desde arriba, despejándole la mente y llevándose los restos del alcohol. Poco a poco empezó a sentirse más ligera, más despierta.
Lo que no esperaba era que, al salir del baño, Iván siguiera ahí.
Estaba sentado en el sofá, sin periódico, sin celular, ocupando el espacio con naturalidad, como si le perteneciera, como si no tuviera nada mejor que hacer que esperarla.
Raina apenas le lanzó una mirada y se dirigió al vestidor, pero la voz de él la detuvo a sus espaldas:
—¿Podemos hablar un momento?
¿Todavía quería hablar?
—Si seguimos hablando, se no