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Capítulo 6: Estudiante trasferido.

Erika estaba emocionada con la fiesta, pero ahora se encontraba nerviosa.

—Todo está perfectamente bien —respondió ella y ensanchó su sonrisa—. Aunque depende de cómo vean ustedes eso. —Señaló detrás de ambos chicos, logrando que ambos se giraran con curiosidad hasta lograr ver a Linda Wilson, hablando con Edgar O’Neal. Lucien bufó y soltó una risita.

—Ese cuadro no sería nada importante si no estuviese la hija del director —masculló el francés y Benjie lo apoyó con un asentimiento silencioso—. Como sea, él ya está aquí y, como dijo el profesor, es un alumno oficial, mucho no podemos hacer.

—Pero sí podemos obtener respuestas. No sé a ustedes, pero a mí me molesta en sobremanera —habló Benjie y se puso de pie—. Ya regreso. —Sus amigos no pudieron hacer más que despedirlo y siguieron con su almuerzo. Lucien se giró una vez más, solo para darse cuenta de que Linda y Edgar ya no se encontraban en la cafetería.

Mientras Benjamín caminaba por los pasillos, decidió primero llamar a su padre. Tampoco quería acribillar al director con preguntas, después de todo, el hombre podría no saber nada.

Sacó su celular y buscó a su padre en la lista de contactos. Al encontrarlo, presionó su nombre y lo llamó sin esperar más. El sonido del llamado resonaba en el ambiente, rompiendo momentáneamente el silencio. Era un tono agudo y persistente, como un timbre insistente que buscaba captar la atención de su destinatario. Vibraba en el aire, llenando el espacio con su presencia sonora. Finalmente, alguien contestó: —“¿Hijo?”

—Hola, papá —murmuró el castaño—. Hay algo que quiero preguntarte.

—“Claro, ¿qué es?” —respondió su padre a través del aparato.

—Escucha, hoy conocimos al estudiante transferido y hay un problema —empezó a hablar a la vez que se movía a una esquina más silenciosa—. Es que… él se presentó como Vasiliev, hijo de tú ya sabes quién…

—“Eso no puede ser. El informe de su madre especifica que el padre no le dio su apellido, así que, no hubo problema alguno para inscribirlo. Además, sería casi ilógico que Ethan Vasiliev dejara que su hijo estudie en un colegio americano” —argumentó Gerald. Benjamín resopló con molestia.

—¡Pero él dijo que era un Vasiliev frente a toda la clase! —renegó el muchacho mientras trataba de mantener la voz baja—. Es extraño que lo haya dicho si su padre nunca le dio el apellido. —Las palabras fueron escuchadas y en respuesta obtuvieron un suave suspiro.

—“Bien, te creo. Iré mañana a primera hora para resolver esto” —dijo su padre. Se escuchaba mucho ajetreo del otro lado, el chico pensó que podría estar en una junta—. “Solo relájate y ya resolveremos esto, ¿de acuerdo? Hablamos en casa, tengo que volver al trabajo” —se despidió y cortó con rapidez. Benjamín asintió, aun sabiendo que su padre no podía verlo.

Miró la hora y tocó su frente al darse cuenta de que ya no tenía tiempo de hablar con el director. Podría hacerlo mañana u otro día, así que corrió de regreso a la cafetería, donde lo esperaban sus amigos.

Erika fue la primera en notarlo y le sonrió con algarabía contenida, después de todo, ella no podía pasar demasiado tiempo lejos de Benjie porque entristecía con facilidad. Por otro lado, el conde se percató después de su presencia y le hizo una seña con la mano, seguía degustando la porción de papas fritas que había pedido.

—¿Y? Dinos qué lograste descubrir —ordenó Lucien apenas vio que el castaño se sentó. Erika le dio un codazo, haciendo que el conde manchara su uniforme con kétchup—. Ah.

Benjamín empezó a reír por la reacción del francés y, cuando pudo detenerse, puso una expresión más seria.

—No hablé con el director, pero sí con mi papá. Me contó que su madre fue quien lo inscribió sin el apellido “Vasiliev”. Es posible que Edgar, no sé, él no tenga idea de lo que realmente sucede —informó Benjamín. Los rostros de sus amigos se tensaron de repente e incluso, Lucien dejó de comer, para soltar un ligero silbido.

—Esto se pone interesante —habló el conde y sus amigos lo interrogaron con la mirada—. Supongamos por un momento que, tal y como dicen, Edgar no sabe nada. En dado caso hipotético, podemos decir que su madre tiene razones para que el chico no se muestre como un Vasiliev, pero él lo hizo igualmente… Por lo que podemos deducir que su padre, o ya está en suelo americano, o llega en cualquier momento —alegó y siguió comiendo.

—¿Esas conclusiones no son apresuradas? —manifestó Erika con una media sonrisa desplegada en su rostro moreno—. No digo que esté mal, o sea, sí, pero ese no es el caso. Lo que quiero decir es que simplemente dejemos que el tema muera aquí porque nada ganamos metiéndonos en asuntos que no son nuestros, pero perdemos mucho si, con lo que andamos diciendo, provocamos algo —riñó y se puso de pie para volver al salón. Benjie asintió y la siguió. Sin embargo, el conde se quedó unos segundos más, observando el ambiente de la cafetería, sintiendo un leve escalofrío recorrerle la espalda. Sin más, corrió hasta juntarse con sus amigos.

Los tres se sumieron en un silencio tenso, una pausa cargada de incertidumbre que colgaba en el aire como una espesa neblina. A pesar de la ausencia de palabras, sus rostros reflejaban una mezcla de emociones que iban desde la preocupación hasta la resignación. La gravedad de la situación parecía pesar sobre ellos como una losa, haciendo que cada latido del corazón resonara con más fuerza en el silencio que los rodeaba.

La mirada de Lucien, penetrante y aguda como siempre, escudriñaba con intensidad a sus dos compañeros. Sus ojos parecían buscar cualquier indicio de duda o negación, como si pudiera leer en sus pensamientos y anticipar sus reacciones antes de que las expresaran en palabras. A pesar de su juventud, Lucien tenía una habilidad innata para desentrañar las complejidades de la situación y vislumbrar los posibles futuros con una claridad que resultaba casi perturbadora. Era un Le Brun después de todo.

En medio del silencio, las mentes de los tres se entrelazaron en un río de pensamientos y preocupaciones compartidas. Sabían que si lo que Lucien había predicho llegaba a materializarse, enfrentarían desafíos monumentales y decisiones dolorosas que pondrían a prueba su lealtad y determinación. El conocimiento de que Lucien rara vez se equivocaba en sus deducciones solo aumentaba la gravedad de la situación, añadiendo un nivel adicional de presión a la ya tensa atmósfera.

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