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Capítulo 5: Enemigos

El muchacho habló, logrando miles de caras sorprendidas, murmullos momentáneos y otros más prolongados.

Benjamín se descolocó y empezó a revisar de nueva cuenta los papeles. El profesor frunció el ceño y observó fijamente al pelinegro, quien empezó a molestarse. No entendía qué pasaba.

—Disculpa la pregunta, pero, ¿eres hijo de Ethan Vasiliev? —inquirió Erika al ver que nadie decía nada. Ella realmente se moría por saber si era verdad. Edgar frunció el ceño por la pregunta y se cruzó de brazos. No sabía por qué le preguntaba eso, era algo obvio, al menos para él.

—Sí, ¿por qué la pregunta? —Las palabras de Edgar complicaron más el ambiente. Todos empezaron a hablar y mantenían sus expresiones de sorpresa. Benjamín no podía creerlo y por eso mantuvo su vista pegada a los papeles, pero en ninguna línea estaba el apellido “Vasiliev”.

Rápidamente, se puso de pie y encaró al pelinegro, quien lo observó fijamente. Edgar reconoció esos ojos; el chico del pasillo, que reía alegremente ahora lo miraba con molestia. Sus ojos parecían haber perdido el brillo de hace unos momentos.

—¿Por qué no sale así en tu registro? —cuestionó el castaño, provocando que el ruso arqueara una ceja con molestia.

—No sé, ¿por qué tienes tú mi registro? —preguntó Edgar. El profesor Philip observó fijamente al pelinegro porque su pregunta era algo extraña.

—Porque soy Benjamín Fox, primer secretario del Comité Estudiantil, y príncipe imperial americano —contestó Benjie, mostrándose firme con sus palabras y manteniendo una postura recta y elegante.

Todo el salón quedó en silencio total, después de todo, la historia de ambos imperios relataba que ellos eran hijos de antiguos enemigos. Era como presenciar una batalla. Algunos estaban emocionados, pero otros se mostraron temerosos. Nadie sabía lo que podía pasar con ese encuentro, familias enemigas, dos imperios en un mismo territorio. Algo que no se presenciaba desde hacía décadas.

—Ah… —musitó Edgar al escuchar aquello. Ahora entendía todo. El ambiente tenso se debía a que muchos sabían de su enemistad con la Corona americana, aunque él nunca le hizo mucho caso. Sin embargo, tampoco esperó encontrarse con el segundo hijo de la familia Fox. Su suerte de verdad le daba mucha risa.

—¿Por qué no sale tu segundo apellido en el registro? —reiteró el castaño. Edgar empezó a sufrir de migraña por las constantes preguntas.

—Te he dicho que no lo sé. Tampoco sé por qué te incumbe —renegó el pelinegro y Erika se tapó la boca para contener una risita. Lucien quería levantarse y callarlo de un golpe, pero sería demasiado arriesgado.

—Eres un Vasiliev, ¿qué esperabas? —objetó Benjie y el profesor llamó la atención de todos con un carraspeo. Las miradas se dirigieron al hombre mayor, quien se giró para darle a Edgar un libro.

—Es suficiente. No estoy al tanto de este asunto, pero Edgar es un alumno oficial del Gold and Silver Crowns, y como tal, no puedo permitir este interrogatorio, Benjamín —reprendió Philip, provocando que el aludido se sentara bruscamente con el ceño fruncido—. Toma, este es el material de esta clase. El resto lo conseguirás con los otros profesores. Ahora toma asiento —le explicó al ruso y este asintió al silencio, tomando sus cosas.

Buscó un asiento vacío en la sala, encontrando uno cerca de la ventana. Mientras se acomodaba, sus ojos oscuros escudriñaron el salón en busca de Benjamín, el hijo del hombre con el que su familia tenía una larga historia de rivalidad. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarlo y superar los prejuicios que habían sido heredados a lo largo de los años. Aunque no sabía si serviría de algo, después de todo, el castaño parecía tener un objetivo diferente al suyo con respecto a eso.

Finalmente, sus ojos se posaron en Benjamín, un chico de apariencia serena y confiada. Edgar pudo notar el matiz de sus cabellos rizados y claros, y la elegancia natural que parecía envolverlo. No podía evitar sentir una mezcla de curiosidad y tensión al observarlo. Aquel encuentro le dejó una idea clara de su actitud y temperamento, pero también de lo educado que era al tratar a las personas.

—¡Le Brun! —gritó el profesor al ver que el conde dormitaba en su asiento—. Deje de dormir en mi clase o puedo mandarlo a dirección —amenazó, haciendo que el chico se enderezara en su asiento.

—Ya, lo escuché… —murmuró Lucien y encendió su computadora para empezar a leer y anotar lo que decía el profesor.

—Bien —repuso Philip y se volteó para mostrar las diapositivas en la pantalla gigante del aula—. Por cierto, Edgar, para seguir la clase tienes que encender la computadora, ahí se encuentra todo el material digital. —El mencionado asintió y puso en marcha su computadora. También vio un iPad con lápiz al costado, supuso que era para las notas—. Este iPad es tuyo ahora, puedes llevártelo a casa sin ningún problema, así que, procura tomar notas. Podrás ponerte más al corriente después de clases.

Philip se mantuvo en silencio un momento, esperando a que los alumnos se alistaran y luego revisó el registro. Era curioso que el chico no estuviese asentado con su segundo apellido, pero no parecía tener idea de eso tampoco. Suspiró resignado. Era trabajoso tener un alumno transferido a esta altura del año, pero sabía manejarlo, aunque no esperaba semejante sorpresa. Debía obtener algunas respuestas del director y, por supuesto, del Rey Imperial.

—Entonces, empecemos.

(…)

Las horas habían pasado rápidamente, excepto para Benjamín, quien no dejaba de pensar en O’Neal. Era todo tan extraño y le parecía que no podía ser obra de su padre. Algo tuvo que pasar para que dejara entrar al hijo de su más grande enemigo.

—Vamos, Benjie, quita esa cara —pidió Erika, agitando al castaño para que volviera en sí. Ya era hora del almuerzo, pero su amigo no había tocado su comida—. No ganas nada pensando en eso todo el día…

—Erika tiene razón, Benjamín —agregó Lucien y acercó el plato de comida al castaño, quien suspiró.

El conde y la marquesa se quedaron observando los movimientos robóticos del príncipe y no pudieron evitar reírse.

—No se rían… Tengo que ir a la oficina del director a entregar estos malditos documentos y, de paso, pediré alguna explicación. Aunque, quien debería dármela es mi papá —farfulló y tomó otro bocado de su sándwich. Erika sonrió.

—Escucha, sé que tu padre tendrá una razón válida para esto, así que, no lo pienses demasiado —comentó el conde, sonriéndole al castaño, quien le devolvió la sonrisa—. Bien, cambiando de tema, ¿cómo va eso de la fiesta? —inquirió y miró a la pelinegra.

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